DIA 9
EL ESPIRITU SANTO TRANSFIERE UNCION
EL ESPIRITU SANTO TRANSFIERE UNCION
MUCHAS VECES DIJE que preferiría tener una mayor unción que cualquier otra cosa. Suponía que era una petición que honraba a Dios, pero ahora no estoy tan seguro. Lo deseo tanto que no puedo decir si este deseo es natural o espiritual. La unción es el poder del Espíritu Santo que hace que nuestro don funcione con facilidad. Cuando vivo dentro de mi unción, mi don obra sin esfuerzo, pero en el momento en que camino fuera de mi unción, me encuentro luchando. Dios no quiere que luchemos. Él quiere que echemos nuestra ansiedad sobre Él (1 Pedro 5:7). Por lo menos dos veces en su vida ministerial Moisés luchó. Primero, estaba abrumado por la gente que venía en multitud a él para obtener su veredicto sobre asuntos civiles entre los hijos de Israel. Cuando su suegro vio cómo procedía Moisés con el pueblo, le dijo: “¡Pero qué es lo que haces con esta gente! ¿Cómo es que sólo tú te sientas, mientras todo este pueblo se queda de pie ante ti desde la mañana hasta la noche? [ . . . ] No está bien lo que estás haciendo —le respondió su suegro—, pues te cansas tú y se cansa la gente que te acompaña. La tarea es demasiado pesada para ti; no la puedes desempeñar tú solo” (Éxodo 18:14-18). Jetro entonces le sugirió a Moisés que le delegara autoridad a otros—que designara hombres capaces como jefes de mil, de cien, de cincuenta y diez personas—permitiéndoles que manejaran los casos sencillos y que Moisés manejara los más difíciles (vv. 19-26).
La segunda ocasión fue cuando el pueblo se quejó acerca de la comida; languideciendo por lo que comían en Egipto y lamentándose por que ahora “¡no vemos nada que no sea este maná!” (Números 11:6). Moisés trajo esto al Señor y le dijo que no podría resistir la carga de su queja constante. Moisés entonces fue instruido para seleccionar a setenta ancianos. Dios le aseguró a Moisés que aligeraría su carga: “Yo descenderé para hablar contigo, y compartiré con ellos [los setenta] el Espíritu que está sobre ti, para que te ayuden a llevar la carga que te significa este pueblo. Así no tendrás que llevarla tú solo” (v. 17). Después de eso, el Señor descendió en una nube y habló con Moisés. Dios “compartió con los setenta ancianos el Espíritu que estaba sobre él. Cuando el Espíritu descansó sobre ellos, se pusieron a profetizar. Pero esto no volvió a repetirse” (v. 25). No obstante, dos de ellos que habían permanecido en el campamento profetizaron, y Josué estaba molesto. “¡Moisés, señor mío, detenlos! Pero Moisés le respondió: —¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera que todo el pueblo del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos!” (vv. 28-29). ¿Por qué Moisés querría que todos profetizaran y que todos tuvieran el Espíritu en ellos? ¡Porque cuando una persona está en liderazgo y ve a la gente batallar con padecimientos, se da cuenta de que necesita toda la ayuda que pueda obtener! Josué todavía no había heredado el manto de Moisés y equivocadamente asumió que Moisés quería ser la cabeza y el centro de todo. Qué equivocado estaba Josué. La transferencia de unción a otros aligera la carga del que está sobre todos. Cuando toda la gente tenga el Espíritu en ellos, significará que la obra de Dios funciona con facilidad; y sin ningún espíritu rival en control.
Aprendemos de esto cómo Dios puede tomar de nuestra unción y pasársela a otros. No se nos dice que Moisés le haya impuesto manos a los setenta ancianos. Da la impresión de que Dios meramente lo hizo Él mismo; tomando de la unción de Moisés y pasándola sin que Moisés perdiera ninguna medida del Espíritu en el proceso. Esto es lo maravilloso acerca del ministerio cristiano; lo que damos lo retenemos.
Nada puede ser más emocionante que Dios tome del ministerio de uno y lo pase a los demás. He anhelado el día en que no solamente mi unción cambie vidas e incremente su medida del Espíritu Santo, sino también que incluso sane el cuerpo de la gente bajo mi predicación. Pero si queremos guardarnos el Espíritu Santo para nosotros mismos es poco probable que Dios nos use mucho.
También aprendemos de este relato que Dios no quiere que llevemos una carga pesada. Él sabe cuánto podemos llevar e intervendrá: nunca demasiado tarde, jamás demasiado temprano, pero siempre justo a tiempo.
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