DIA 8

EL ESPIRITU SANTO PREVALECE

EL ESPIRITU SANTO PREVALECE


MI FAMILIA Y yo nos mudamos a Oxford, Inglaterra, en 1973 con el fin de que obtuviera mi doctorado en filosofía. Tenía el co-razón puesto en escribir una tesis sobre la teología del puritano John Owen (1616-1683). En una ocasión de gran relevancia mis supervisores, el Dr. B. R. White y el Dr. J. I. Packer comieron conmigo para darme las noticias que yo no quería escuchar. “¿Le dices tú o le digo yo?”, le dijo el Dr. White al Dr. Packer. Me presentaron el veredicto de que debería “reducir mis malas probabilidades”; que debería renunciar a mis planes de hacer una tesis sobre John Owen y tomar una línea distinta. Mis supervisores habían denegado mis planes. Estaba devastado. Llegué a casa con una jaqueca de migraña. Pero, de hecho, su consejo fue lo mejor que me sucedió en Oxford. Con el tiempo llegué a verlo como que Dios benignamente denegó mis planes.


Denegar significa no conceder por medio de ejercer la autoridad superior de uno. ¿Ha vivido lo suficiente para apreciar que Dios rechace los planes de su vida? La primera vez en que está escrito que el Espíritu de Dios denegara las intenciones de alguien en la vida de Israel fue cuando el falso profeta Balán trató de profetizar contra Israel. Balac, rey de Moab, le pidió a Balán que maldijera a Israel porque “quien tú bendices, queda bendito, y a quien tú maldices, queda maldito” (Números 22:6). Pero cuando Balán intentó profetizar, “el Espíritu del Señor vino sobre él” y pronunció una profecía que bendijo a Israel de manera positiva (Números 24:2-9). ¡Imagínese! El Espíritu de Dios prevaleció y gobernó sobre las intenciones de un falso profeta. Durante generaciones este evento sería recordado con un gran cariño por Israel. Moisés señaló que Balac, el enemigo de Israel, contrató a Balán para maldecir a Israel, “Sin embargo, por el amor que el Señor tu Dios siente por ti, no quiso el Señor escuchar a Balán, y cambió la maldición en bendición” (Deuteronomio 23:5; vea también Josué 24:10; Nehemías 13:2).


La historia de Israel está repleta de instancias en las que Dios ejerció esta autoridad en la vida de Israel porque amaba a Israel. Dios canceló los planes de faraón de mantener a los israelitas en cautiverio. Envió plagas a Egipto y permitió que los israelitas cruzaran el mar Rojo, y luego destruyó a los egipcios que trataron nuevamente de derrotar a Israel (Éxodo 14:29-31). Dios denegó los planes de Senaquerib de destruir a Israel cuando envió a un ángel a ejecutar a 185,000 hombres (2 Reyes 19:35). La historia de Israel también está llena de relatos cuando Dios prevaleció por causa de siervos individuales. Cuando Coré desafió la autoridad de Moisés, Dios intervino y destruyó a Coré y a sus seguidores rebeldes (Números 16:31-35). El rey Nabucodonosor estaba determinado a aniquilar a Sadrac, Mesac y Abednego, a través de echarlos en un horno de fuego ardiente. Dios prevaleció. El Hijo de Dios se unió a estos tres hombres; lo cual sorprendió al rey cuando vio a cuatro hombres caminando en el horno en llamas. El fuego no los dañó, “ni uno solo de sus cabellos se había chamuscado” (Daniel 3:27). Después de que los administradores del rey Darío fueron motivados por celos contra Daniel. Manipularon al rey para que firmara un decreto que puso a Daniel en el foso de los leones. Dios prevaleció y “les cerró la boca a los leones” (Daniel 6:22).


El sumo sacerdote arrestó a los apóstoles de Jesús y los puso en la cárcel pública. Pero Dios prevaleció. “Pero en la noche un ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel y los sacó” (Hechos 5:19). Pedro estaba extremadamente prejuiciado contra los gentiles. Con mucha piedad le dijo a Dios: “Jamás he comido nada impuro o inmundo”. Dios dijo: “Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro” (Hechos 10:14-15). Dios prevaleció. Pedro aprendió una lección: “Ahora comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos” (v. 34).


Si no fuera por la gracia de Dios que prevalece, ninguno de nosotros sería preservado, se le enseñarían nuevas lecciones; o incluso sería salvo. Saulo de Tarso iba camino a matar cristianos en Damasco. Dios cambió sus planes. De pronto, una luz del cielo brilló a su alrededor, y él cayó al suelo. El resultado fue que oró: “¿Qué debo hacer, Señor?” (Hechos 22:6-10). Pablo le escribió a los efesios, señalando que “en ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios. Pero Dios, que es rico en misericordia [ . . . ] nos dio vida con Cristo [ . . . ] nos resucitó . . . ” (Efesios 2:3-6, énfasis añadido). Pero Dios.


El bondadoso Espíritu Santo prevalece en nuestra vida todo el tiempo. Yo predigo que cuando lleguemos al cielo le pediremos a Dios que nos deje ver incontables DVD de cómo los ángeles intervinieron y prevalecieron en nuestra vida; cuando no estábamos conscientes de lo que estaba pasando. Gracias a Dios por la gracia del Espíritu Santo que prevalece.