DIA 19

El Espiritu Santo da sueños y visiones

El Espiritu Santo da sueños y visiones


EL 31 DE octubre de 1955, mientras conducía de Palmer a Nashville, la gloria del Señor de pronto llenó el coche. Allí estaba, literalmente delante de mis ojos, Jesús a mi derecha mientras yo seguía conduciendo. Estaba intercediendo con el Padre por mí. Nunca me sentí tan amado. Era tan real como el hermoso lago Hickory que puedo ver ahora mientras escribo este libro. No puedo decir lo que estaba sucediendo en los lugares celestiales durante las siguientes sesenta millas [96,56 km] (cuando llegue al cielo, voy a pedir un DVD para descubrirlo). Una hora más tarde escuché que Jesús le dijo al Padre: “Lo quiere”. El Padre respondió: “Puede tenerlo”. El Espíritu de Dios inundó mi corazón con una calidez y una paz que no sabía que fuera posible que nadie tuviera. Durante unos treinta segundos más o menos, allí estuvo el rostro de Jesús mirándome. Mi teología cambió antes de que ese día terminara. Fue la primera vez que tuve una visión.


El mes siguiente tuve otra visión mientras estaba orando a un costado de mi cama en mi habitación del dormitorio. Fue una visión de mí mismo predicando en un famoso auditorio. Estaba vistiendo un traje azul marino. Había un coro detrás de mí en la plataforma. Cada miembro del coro vestía una toga gris claro. No escuché ninguna voz. Solamente era la visión, nada más. Pero yo estaba asombrado. Me levanté de prisa y entré a la siguiente habitación para decirle esto a mi amigo Bill. Le dije: “Bill, Dios me va a usar”. Me dijo: “Lo sé”. Pero dije: “Pero quiero decir, realmente usarme”. Era nazareno entonces. El pensamiento de un ministerio mundial no estaba ni remotamente en la pantalla de mi radar. Pero supe a partir de ese día que Dios me iba a dar un ministerio internacional un día. A lo largo de los siguientes seis a ocho meses tuve cerca de una docena de visiones más. Algunas se han cumplido, otras no. El libro de Ezequiel está lleno de visiones. Todas se dice que vinieron por el Espíritu Santo. “Y el Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra, y me llevó en visiones de Dios a Jerusalén” (Ezequiel 8:3, RVR 1960). Daniel también tuvo visiones; muchas de estas eran visiones de noche, lo que entiendo que significa que eran sueños. Joel dijo una profecía: “Después de esto, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán sueños los ancianos y visiones los jóvenes” (Joel 2:28). Este pasaje fue citado por Pedro el Día de Pentecostés (Hechos 2:17).


Cuando Jesús se transfiguró delante de Pedro, Jacobo y Juan en una montaña alta, llamó a lo ocurrido una visión. “Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión” (Mateo 17:9, RVR 1960). Dios le habló a Ananías en una visión acerca de la conversión de Saulo de Tarso (Hechos 9:10-16). A Cornelio le fue dada una visión incluso antes de ser salvo en la que “vio claramente a un ángel de Dios” (Hechos 10:3). Casi al mismo tiempo, a Pedro le sobrevino un éxtasis, y esto resultó en una visión (vv. 9-20). Pablo tuvo una visión durante la noche (posiblemente un sueño) que le indicó que tenía que predicar en Macedonia (Hechos 16:9-10). Pablo tuvo una visión similar una noche que lo llevó a quedarse en Corinto otro año y medio (Hechos 18:9-11). Pablo incluso se refiere a su propia conversión dramática como una “visión celestial” (Hechos 26:19). El libro de Apocalipsis es la mayor visión de todas.


El propósito de una visión es mostrarnos lo que necesitamos saber; a menudo con referencia al futuro. Algunas veces se podría referir al futuro inmediato (Hechos 10) o algunas veces a un evento en el futuro distante. Puede ser Dios deseando comunicarse con nosotros íntimamente. La visión de Isaías le mostró la gloria del Señor, su propio pecado, y su llamado. La visión en el monte donde Jesús se transfiguró demostró la gloria de Cristo y su superioridad sobre Elías y Moisés. La visión de Pedro lo facultó para aceptar a los gentiles. Se requirió algo extraordinario para convencer a la primera iglesia de que tenían que vencer un prejuicio extraordinario. Pablo tuvo “visiones y revelaciones del Señor” extraordinarias (2 Corintios 12:1). Como tal cosa podría generar que se volviera presumido, Dios le envió una “espina” que le fue clavada en su carne para mantenerlo humilde. De hecho, era necesario porque había tenido “sublimes revelaciones” (v. 7). Estas bien podrían haber incluido que conoció el evangelio: directamente de Jesús. Escribió: “No lo recibí ni lo aprendí de ningún ser humano, sino que me llegó por revelación de Jesucristo” (Gálatas 1:12).


Una inmensa advertencia: cualquier visión dada a usted o a mí no serán nuevas enseñanzas. No habrá “nueva revelación”. El canon de la Escritura está completo; jamás—nunca—se le añadirá nada más. Si Dios da una visión, será dependiente de la Escritura y solamente porque usted lo necesita. Por cierto, no recibo visiones en estos días. Solamente sueños. ¡Porque soy anciano!


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